Los latidos del corazón son algo que no se debería sentir. Quiero decir que en circunstancias normales, es una maquinaria que va sola sin dar ruido y cumple su función a buen recaudo dentro de nuestro pecho. Si te paras a pensarlo, a visualizarlo bien, es un bonito, sangriento y silencioso milagro el que anida ahí dentro. Venía a hablaros de eso. Se supone que deben pasar desapercibidos. Bien, ocurre que yo los siento. No puedo decir que los oiga porque, como bien sabemos, eso sólo es posible a través del entarimado del suelo si has matado a un viejo cuyo ojo insidioso no te dejaba en paz. No, no los oigo. Pero los siento y en distintos sitios.
Cuando aparecen en la sien suelen ir acompañados de dolor de cabeza. Esos no me preocupan. Se van igual que vinieron como las personas realmente importantes. Suelen deberse a las bajas presiones atmosféricas y, normalmente, varias personas ese día te dicen que a ellos también les duele la cabeza. Me limito a pasarme el dedo por la ceja izquierda (me gustaría saber por qué ésta y no la otra) en un gesto de consuelo y abstracción. Entorno los ojos y me regodeo en las sensaciones. No suelo enfermar ni sufrir dolor (tengo su umbral muy alto) así que cuando me pasa, lo absorbo dejando que invada todos los rincones. Es igual de placentero ahondar en el dolor que en las sensaciones de felicidad y lo primero se me antoja bastante más real. Nunca he tenido tendencias autolesivas, entendedme. Es sólo que a veces durante una extracción de sangre, me encuentro mirando fijamente como la aguja viola la inmaculada piel de mi antebrazo. Siempre pensé que los tatuajes no tendrían la misma fuerza si no fueran un proceso doloroso. Pienso en el ibuprofeno que cortaría de raíz ese dolor de cabeza (y con él los latidos de la sien) y le hago un corte de mangas. Este dolor es mío y me lo follo cuanto quiera.
Otras veces siento los latidos en el coño. Esos tampoco me preocupan, claro, son de los agradables. Es raro poder diferenciar esa sensación de las demás propias de la excitación sexual. Aíslo ese momento y me concentro en el flujo sanguíneo. Lo visualizo llenado los capilares de las paredes vaginales, los pliegues de los labios, el entorno del clítoris, maravillándome de nuevo ante el milagro de que las palabras dichas en el momento adecuado activen una maquinaria tan compleja. La erección femenina es un proceso bello y lleno de una vida oculta. Los latidos, durante un instante, representan todo aquello que merece la pena de estar aquí. Pronto se confundirá con lo demás, pero ese instante se me antoja perfecto.
También siento los latidos en la aorta. Estos son de los angustiosos porque van acompañados de una ausencia de latido. Llamo así al salto que ejecuta el corazón durante el cual también te falta la respiración por dos segundos eternos. Toses una vez y la máquina continúa su traqueteo. En un gesto involuntario, me llevo los dedos índice y corazón al cuello para tomarme el pulso tal y como nos enseñó el profe de gimnasia en sexto. El ritmo cardíaco no es más rápido necesariamente en estas ocasiones, tan sólo está lleno de violencia. Mi parte literaria que leyó a demasiados románticos en el instituto visualiza estos latidos como un mar bravío chocando contra el acantilado en la Costa da Morte. Esos latidos representan un breve terror. El desahogo de la invasión de pensamientos oscuros a golpe de martillo se me antoja algo peligroso. Pienso en cardiopatías. Pienso en electrocardiogramas. Por un segundo me siento próxima al colapso físico. Llevo mis dedos al cuello, como decía, y me concentro en la sensación de las yemas. Intento que ese roce calme la furia de mi corazón, que no entiende lo que ocurre, y susurro palabras de consuelo. Cálmate. Pasará.
Por último, los latidos que más me perturban son los que se producen al amanecer. Duermo de costado con un brazo bajo la almohada y lo primero que siento al abrir los ojos son los latidos contra las costillas. Es una sensación horripilante y no sé por qué. Simplemente, no es natural. La caja torácica se convierte en la cárcel de una bestia furibunda. El colchón se siente como una tabla que retumba con ecos atronadores. Esos latidos anuncian todo lo que va mal ahí dentro. Porque los latidos, repito, son algo que no se debería sentir, son silenciosos como todo aquello que tiene que ver con cuidar. Pienso en las palabras de mi médico de cabecera al que llamé una mañana después de haber estado aullando durante un buen rato como un animal herido. No sabía a quién más llamar. Hacía años que no hablábamos así que nos pusimos al día. Sus palabras resonaron tiempo después de colgar.
…receta…
…dos meses máximo…
Pienso en esa caja al fondo del cajón de la mesilla y le hago un corte de mangas. Este dolor es mío y me lo follo cuanto quiera.
Epílogo:
En la década de los noventa un grupo de médicos japoneses acuñó el término «síndrome de tako-tsubo» para definir cierta patología que afectaba al corazón. En determinadas situaciones, el ventrículo izquierdo se dilata y provoca una miocardiopatía transitoria con síntomas parecidos a los de un ataque al corazón.
A esta patología también se la conoce como el síndrome del corazón roto.
