QUERIDO JAVIER

         Querido Javier:

         El día que moriste había un pájaro en la puerta. Salí con la taza de café en la mano y lo vi ahí, en el escalón. Fue un mal augurio. Cómo nos hemos reído siempre de esas tonterías de los gemelos. Te llamé al mes de llegar a Nueva York:

         —¿Lo has sentido?

         —¿De qué hablas, Nana?

         —Joder, que me acabo de hacer un tajo en la mano y estoy en urgencias desangrándome mientras estos comprueban mi seguro. Te lo juro, estoy haciendo un charco.

         No habías sentido nada, por supuesto. Ni yo sentí nada cuando estrellaste el Fiat Uno en la carretera de Navalcarnero. Ni supiste el momento exacto en que me enamoré de Dani ni yo que Marta te dejó por el imbécil del guitarrista aquel. Pero el día que moriste, el pájaro vino a posarse justo al sitio en el que me siento cada mañana para pensar qué coño hago al otro lado del mundo. No sé nada de pájaros, no sé qué clase de pájaro era. ¿Importa, acaso? Tú lo habrías sabido. Igual que sabes el nombre de todas las plantas que invaden tu piso o qué tipo de especia va bien con cada plato. Si se me hubiera caído el bote de nuez moscada al suelo, también habría pensado en ti. Echar de menos es lo que hace la gente normal. Nosotros nos partimos en dos. No lo hicimos en el vientre de mamá. Lo hicimos hace tres meses, cuando decidí venirme a hacer este puto máster. Como si fuera a servir de algo. Como si un artista no naciera, se cultivara.

         —Es lo mejor —dijiste.

         —¿Para quién? ¿Para él o para mí?

         —Para los dos.

         —¿Y nosotros?

         No dijiste nada. Una palabra tuya, en un sentido u otro, decidiría el resto. Trabajar con Dani me estaba matando. Verlo cada día me consumía y por eso era yo la que debía tomar la decisión de alejarme. Aunque eso significara que tú y yo nos separaríamos por primera vez en treinta y dos años. Hice las maletas y te di la llave de mi piso para que fueras a regar el cactus. Mamá dijo:

         —En dos semanas estás de vuelta. Tú no aguantas sin Javier.

         ¿Te acuerdas cuando intentó mandarme al campamento de Soria? Tú tenías que quedarte para echar una mano a papá en el taller. La primera noche monté un pollo tan increíble que a la mañana siguiente tuvo que venir a buscarme. Cuando entramos por la puerta, ella miró a papá con esos ojos de hielo que nos hacían ponernos tiesos como palos de pequeños:

         —Te dije que si no iba con él, no habría forma.

         Aun así, me vine a Nueva York porque en Madrid me estaba volviendo loca. El desamor es algo que no puedes asimilar, una anomalía de la realidad. La grieta en el tejido sensitivo que solo se equilibra abriendo otra grieta física; un océano, en este caso. La primera semana lloraba cada noche. No porque echara de menos a Dani. No porque esta ciudad sea un gigante inhóspito que traga personas y las escupe en la acera. Tampoco porque pensara que cualquier noche el grupo que se pone en la esquina de mi calle decidiría que ese era el momento para darme un susto. Ni siquiera por los gritos de la vecina de al lado llamando a su hijo cosas que ni entiendo. Lloraba cada noche después de colgar contigo. Tu voz me consolaba, pero la distancia es una cosa palpable que se abre a machetazos por el pecho. Sabía que tú tampoco lo estabas pasando bien. Me decías que no era para tanto, que un año pasaría volando. Pero mamá me dijo que tenías ojeras, que casi no hablabas. Le pregunté si habías vuelto a las andadas.

         —¿Cuándo dejó de hacerlo?

         —Mamá, lleva dos años limpio.

         —Si tú lo dices.

         Sabes que no le hago caso. Acuérdate cuando te dijo que yo había estropeado tu disco de AC/DC. Era mentira, fue en la mudanza. Pero ella siempre hacía esas cosas. El pájaro salió volando y sonó el teléfono. Me quedé allí de pie con la taza en la mano, dejando que sonara y con esa horrible sensación de mal augurio. ¿Recuerdas cuando casi te ahogas en el Alberche? En aquella época iba más crecido y hasta nos cubría. Sí, nos hemos reído siempre de esas tonterías de gemelos pero lo cierto es que nadie te oyó pedir ayuda. Entre otras cosas, porque no la pediste. ¿Cinco años, teníamos? No, seis. Que ya sabíamos lo que era morirse porque a Paquita la habían atropellado ese verano. Papá enterró a la gata en el jardín y nos explicó que podíamos hablar con ella pero que nadie sabía a ciencia cierta si nos oiría. Yo pregunté qué era a ciencia cierta y me dijo que me callara un rato. El caso es que yo estaba en la orilla cavando un hoyo y miré hacia el río. No fue un soplo en la nuca ni una voz extraña. Sólo miré en ese momento y te vi hundirte. En algún sitio he leído que los niños no patalean ni chillan cuando se ahogan porque no saben que están ahogándose. Simplemente, se cansan y se hunden. Me habría puesto los pelos de punta si no lo hubiese visto aquella vez con mis propios ojos.

         —¡Papá! —chillé— ¡Papá! ¡Nano!

         —¿Qué le pasa a la niña? —dijo mamá desde la silla plegable.

         Papá se levantó como un resorte. Me vio señalando y se tiró al agua. La corriente te había llevado río abajo y tardó una eternidad en encontrarte. Yo corría por la orilla viéndolo todo borroso a causa de las lágrimas. Al fin te encontró y ya media docena de personas estaban alrededor. Alguien decía que deberíamos avisar a la Guardia Civil. Papá te sacó y te llevó a la orilla en brazos. Me asusté aún más al verte tan desmadejado. Luego en casa, papá nos contó que eso que te hizo fue la maniobra de reanimación que le habían enseñado en la mili. Yo sólo le vi besarte y pensé que se estaba despidiendo. Me puse a gritar y mamá me cruzó la cara de un tortazo. Supongo que estaba más asustada que yo, pero funcionó. Me callé al instante y te miré hasta que escupiste agua. ¿Había alguien en la esquina en la que te ahogaste en tu propio vómito? Si yo hubiera estado ahí, ¿habría levantado la cabeza justo en el momento en el que caíste al suelo? ¿O habría sentido un escalofrío cuando te metiste la última raya? El año pasado murieron novecientas setenta y cuatro personas por sobredosis. En el cincuenta y ocho por ciento de los casos, las sustancias detectadas eran opiáceos y cocaína. En el quince por ciento se detectó únicamente cocaína. Tú serás una estadística y yo, otra. Es absolutamente ridículo lo fácil que resulta conseguir un arma en este país. Si creyéramos en esas tonterías de gemelos, ahora notaría tu mano sobre la mía. Pero eso sería más bien creer en fantasmas. Pensé que podría vivir un año sin ti. Lo que tendría que haberme planteado es si podrías tú. Veo el resto de mi vida y está amputada. No vivir y dejar de vivir son cosas distintas. Lo primero, duele.

         ¿Sabes lo que veo ahora? Te veo acarreando todas aquellas maderas para llevarlas hasta el castaño hueco que descubrimos en El Mato. Aquel árbol gigantesco fue nuestro refugio todo el verano.

         —Coge la radio —dijiste.

         —Mamá se pondrá furiosa.

       —Pasaremos por donde Amador y le llevaremos cerezas al volver. Ya verás como se ablanda.

         Tus rizos al sol. Todo está borroso de nuevo a causa de las lágrimas.

4 comentarios en “QUERIDO JAVIER”

  1. Joder , hermoso bonito. En un segundo he llorado reído y recordado momentos de mi infancia adolescencia y madurez. Una pasada no sé si son cosas que nos pasan a todos o solo a nosotros dos.
    Un abrazo enorme a quien seas.

  2. Ufff…hermosamente angustioso, angustiosamente hermoso. Como a los buenos relatos, ni le sobra ni le falta una palabra. ( Es mi opinión, que no soy nadie y tampoco entiendo tanto.) Me encanta cómo te recreas en los detalles y los ” dejas” ahí, como piedrecitas en el camino, para que tropecemos con éllos. Joder, qué bien escribe usted.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Responsable>>> .
Finalidad>>> Gestionar el comentario que dejes aquí después de leer el post.
Legitimación>>> Consentimiento del usuario.
Destinatario>> Los datos que me vas a facilitar a través de este formulario de contacto, van a ser almacenados en los servidores de enelapartamento.com, mi proveedor de email y hosting, que también cumple con la ley RGPD. Ver política de privacidad de enelapartamento> https://www.enelapartamento.com/privacidad.htm
Derechos>>> Podrás acceder, rectificar, limitar y suprimir tus datos personales escribiéndome a dianabenayas@enelapartamento.com.

error

¿Te ha gustado? ¡Compártelo!