Aviso a navegantes.
Esto no es una entrada sobre el proceso creativo. Ni un diario de mi experiencia como escritora (entre otras cosas, porque aún no me considero tal). Tampoco es un manual de técnicas escritura. Todos los que habéis caído aquí buscando algo así, gracias por la visita y perdonad las molestias. Cerrad suave al salir. O quedaos. Quizás no es lo que buscabais pero, en cierto modo, sí.
«Entonces, chata, ¿qué coño es esto?», gritan al fondo. Pues esto es la búsqueda de respuestas a una de esas preguntas (ya sabéis, de las mías) que vienen, se instalan y me taladran y taladran. Nunca consigo una respuesta clara sobre la que nos compete hoy; o, por lo menos, no una completamente satisfactoria: ¿Por qué escribo?
Se da la paradoja de que, en cierto modo, sólo con empezar estas líneas, ya tengo parte de la respuesta. Lo conté en el prólogo de Enjoy the silence. Pero esa respuesta sólo se aplica a estos artículos. Los escribo para entrar en un proceso introspectivo analítico que me permite ordenar mis pensamientos, documentarme si es necesario, estructurar un argumento y, tal vez al final, hallar una respuesta que me deje cerrar capítulo. Pero esto, como decía, sólo es una parte. Y una parte pequeña, además. Lo que suelo escribir es ficción y ahí, el tema es otro. El tema es mucho más peliagudo.
Bueno, la canción.
Podía haber ido a lo facilón, jugar con el título y meterme, por ejemplo, en Words de FR David. Pero, por un lado, Berto me ha estropeado esa canción para siempre y, por otro, no es de eso de lo que vengo a hablar, ya lo he dicho. Vengo a hablar de lo que yo hago. Así que traigo una canción que no tiene nada que ver con la escritura, excepto por el hecho de que sonaba en mis oídos una y otra vez mientras escribía Crónicas de una gira. Hurt, de Johnny Cash (compuesta por Trent Reznor) está incluida, además de en el inconmensurable disco The man comes around, en la banda sonora de Sons of Anarchy. Y esa es la lista de reproducción que sonaba en bucle los cuatro meses que me llevó la escritura de las gira de ese grupo de glam metal llamado Sonder. Sí, escribo con música. Y tiene que ser música que no me altere demasiado y que no me dé ganas de ponerme a cantar. Stephen King escribía con metal a toda tralla. Una forma de aislamiento como otra cualquiera. Carlos Sisí, lo hace en cafeterías de guiris atestadas de gente allá, en Calahonda. Escribí mis dos primeras novelas con Dido de fondo porque me llevaba al estado de ánimo (prácticamente hipnótico) necesario para expresar los sentimientos que en ellas había. Y puse rock y folk mientras escribía Crónicas porque sentía que era la música que escuchaba mi protagonista. Cada vez que sonaba Hurt, sabía que iban a pasar cosas. La canción habla de la autodestrucción pero, en manos de Cash y despojada de todo artificio, evoca la inevitabilidad del paso del tiempo. El hombre de negro se apropió de ella en el sentido más bíblico. No hay más que ver ese cambio de frase en lugar de «mi corona de mierda» a «mi corona de espinas». Se apropió tanto, que el propio Reznor cuenta que lloró al ver el vídeo porque se sintió como si le hubiera dejado la novia al ver que la canción ya no le pertenecía. Cash la transformó en otra cosa; desgarradora, dolorosa. A veces, cuando las escribes, las palabras duelen. Y lo hacen de forma opuesta a cuando lees porque, cuando lees, no sientes que te estén quitando algo, sino que te lo están dando. Es el poder de la palabra. Escribir quita; leer da. Recuerdo escenas en concreto de Crónicas en las que dejé una carga emocional determinada porque sonaba esta canción. No estoy segura de que hubiera sido igual si hubiera sonado Def Lepard, por ejemplo.

«Sé valiente e intenta escribir de una forma que te asuste un poco», decía Holley Gerth. Le hago caso. Vaya si se lo hago. Cuando mis dedos quieren escribir una escena que temo exponer (uno siempre piensa en la gente que le conoce) y mi cabeza quiere echar el freno, les dejo el timón a ellos. Cuando eso ocurre, a veces, se me instala un peso en el estómago. Pero lo ignoro y continúo. Porque ahí es donde estaré diciendo la verdad, en eso que me asusta. Hace poco, en una conversación, dije que puede haber trazas de realidad en lo que escribo, pero por accidente. Eso no es del todo cierto. Es verdad que sucede por accidente en el sentido de que no es premeditado; pero lo que no es cierto es que sean sólo trazas. Termina por ser mucho. Cuando releo en la siguiente sesión (no me paro casi nunca cuando estoy creando; reviso al día siguiente, antes de empezar, para coger el tono de nuevo), me sorprende la cantidad de mí que hay en esas páginas. No utilizo la escritura como terapia, no exorcizo nada, pero lo cierto es que me vacío. Aunque no quiera ni lo pretenda. Lo que empieza siendo un divertimento, se convierte en un viaje inevitable e inesperado hasta las profundidades. Cosa que pasa también cuando lees un libro, por otro lado. Por lo menos, con uno bueno.
Una de las cosas que más me gusta de escribir es ser mi primera lectora. Trataré de describir ese momento mágico que, creo, es el opio de los escritores, aunque para algunos sea un proceso más doloroso: llevas escribiendo un rato y ya has calentado, has cogido ritmo. Los dedos empiezan a ir a toda velocidad y llega un momento en el que, si tienes suerte y los hados están de tu parte, entras en trance. Casi te gustaría estar dictando en lugar de escribiendo para ir más rápido. Pero, en realidad, el mismo acto de teclear lo que sale de tu cabeza es placentero, así que no lo cambiarías por hablar. Estás en ese trance, decía, y las imágenes fluyen a través de ti; los personajes, a esas alturas, no son personajes sino gente real que vive contigo desde hace semanas o meses, que conoces mejor que a tus amigos porque sabes lo que piensan y lo que sienten. Empiezan a moverse solos y a tomar decisiones que tú no estás tomando. No los controlas, sólo cuentas lo que está pasando. Ríes, lloras, contienes la respiración. Esa suerte de meditación puede durar unos minutos o unas horas. Cuando acabas, levantas la vista y parpadeas frente a un tímido rayo de luz que, quizás, entra por la ventana. Y, como después de un buen polvo, sólo quieres repetirlo.
Por eso escribo. Eso es. Aquí está. Sabía que saldría. Escribo a través de la evasión, sí. Escribo por diversión, por supuesto. Escribo porque no puedo no hacerlo, sin duda. Pero, en realidad, lo hago para vivir una y otra vez ese chute que sólo te puede dar la creación pura y dura: el poder de crear mundos.
El segundo subidón viene cuando se produce el acto de la comunicación. Comparado con el de la creación, a mí me sabe a menos, pero sigue siendo adictivo. Cuando una persona ajena a ti te dice que ha sentido algo parecido a lo que tú sentías mientras escribías, el ego arquea el lomo como un gatito y ronronea. Ese ego no es malo, es sólo una proyección de las ganas de comunicarte. Tenías todo eso dentro, has tenido el tesón (talento, di talento, coño, ¿tanto te cuesta?) de sacarlo y a alguien le ha llegado. Y te lo hace saber. Fin. Éxtasis. Cigarro. Se puede seguir escribiendo sólo por el primer subidón creativo, claro que sí. Pero, a la larga, necesitas el complemento de la comunicación. Puedes tener sexo sin amor y disfrutarlo muchísimo. Pero, cuando hay sentimientos, el círculo se completa.
Y, ahora que me he quedado a gusto y sé por qué escribo, os contaré gracias a quién escribo. Puede que algunos de los escritores que estén leyendo esto ahora sonrían con complicidad. Stephen King y su Mientras escribo es una pequeña biblia que, estoy segura, ha cambiado el curso de unas cuantas vidas.
(Sabed que se me ha erizado la piel de los brazos al escribir eso último. Porque es verdad).
Siempre he sido escritora. Al principio he dicho que no me considero escritora porque, en su momento, dije que empezaría a llamarme así en el momento en el que vendiera un solo ejemplar de alguna de mis novelas. Pero, en realidad, soy escritora desde siempre. Te sacan como la mejor redacción de la clase, ganas los concursos del cole de Lengua y Literatura… ya sabéis. No elegí carrera porque pensaba que daba igual (muy lista, ¿eh?), al final, me ganaría la vida escribiendo. Así que, ¿para qué? Bueno, evidentemente, la vida se impuso y mi vocación se durmió en los laureles. Entonces, llegó él. Bueno, llegar, había llegado mucho antes, claro. Con catorce años leí un libro que andaba por casa llamado El resplandor que tenía que dejar boca abajo en la mesilla por las noches de lo mucho que me acojonaba. Lo que llegó mucho tiempo después fue ese libro del que os hablaba. Una suerte de pequeño manual autobiográfico dónde King, con tremenda ternura y humildad, nos cuenta qué es para él escribir. Meterme en ese libro (cosa que hago muy a menudo; está en mi escritorio a modo de recordatorio de lo que me trajo hasta aquí) es como volver a casa. Todo es familiar porque esa es la forma de escribir de King. Al principio, en Currículum Vitae nos hace un resumen de cómo la escritura ha formado parte de su vida y de lo que él es, confirmando que los escritores nacen, pero se pasan la vida haciéndose. Tras un breve inciso en Caja de herramientas para darnos algunas instrucciones básicas sobre ortografía y gramática, pasa a la parte fuerte: Escribir. Así la llama. ¿Para qué ponerle otro nombre si eso es justo lo que hay? Pero lo que abarca ahí jamás podría resumirlo en estas líneas. Ahí hay un universo de sabiduría; es, simplemente, una persona que habla de lo que mejor sabe hacer haciéndolo. No sé si me explico. Puedes leer diversos manuales de escritura muy didácticos como Hablar y escribir correctamente de Leonardo Gómez Torrego (que ya el título te da una pista del tono) o muy amenos como 70 trucos para sacarle brillo a tu novela de Gabriella Campbell, que es divertidísimo. Pero no sé si, aparte de él, alguien ha hecho un manual de escritura con el que sientas que estás leyendo una novela. Si tienes dentro la pulsión de escribir, ese libro la activa. Si ya estás escribiendo y tienes dudas, las disipa. Si piensas que eres un crac y que no puedes hacer nada más para mejorar, te calza una hostia de realidad. Pero, lo más importante, lo que lo hace un libro único, es que dice la verdad. Que esto es un oficio, que el que escribe lo hace porque no puede dejar d ehacerlo.
En Posdata: Vivir, dónde nos cuenta el suplicio infernal que fue terminar este libro después de su accidente, hay una frase que marca el antes y el después para un escritor: «Tú puedes hacerlo, debes hacerlo y, si tienes la valentía de empezar, lo harás». No es panfletaria. No es una frase motivadora. El mensaje es simple como el agua (eso también es suyo): Hazlo.
Él tiene el poder de la palabra. Algunos sentimos que lo tenemos dentro (a otro nivel; en otra galaxia, diríamos) y que debemos sacarlo porque, oye, no hay otra cosa que podamos hacer al respecto.
Por mi parte, mientras esto siga siendo tan jodidamente bonito, lo seguiré haciendo.

Sigue así, no te abandones a la indolencia si no se cumplen tus expectativas. Sigue escribiendo, sigue contando tus historias pero sobre todo sigue disfutando con ello.
Gracias, lo disfruto.
Mientras te leía he parado y sonreído varías veces al pensar: “¡Pero si soy yo!”. Excepto por lo del cigarro y el libro de Stephen King (que lo apunto para comprarlo el lunes).
Es una delicia leerte.
Muchas gracias.Ese libro es magia.
¡¡¡Me ha encantado!!! Cuando lees algo bueno que te engancha, quieres más. Así me has dejado.
¡¡¡Muchas gracias!!!
Muchas gracias a ti. Me alegra mucho que te haya gustado.